“… Pasaron toda la tarde juntos. Hicieron la memoria en a penas media hora, y después se limitaron a disfrutar de la compañía que ambos se daban. Hablaron del los estudios, de sus planes para después de la carrera, de viajes, de música, de sus pasiones, de sus miedos y de todo aquello que sentían en lo más profundo de su ser. Para Simón fueron las horas más intentas que jamás había vivido y, aunque el todavía no lo sabía, las últimas horas felices de su vida.
Silvia era increíble. Además de poseer una belleza indudable, era inteligente, divertida, comprometida, cariñosa y con mucho carácter. Era la mujer perfecta. Simón se sentía diferente al estar a su lado. Todo lo que estaba alrededor de ella pasaba de ser algo meramente insignificante a ser especial en el momento.
Simón recordaría siempre los colores de aquella tarde, los matices de las hojas a cada minuto, el olor que le acompaño en aquélla tarde, el sabor en su boca a cada segundo.
Cuando se despidieron, Simón flotaba… Caminaba sin ser consciente de dónde le llevaban los pies, arrancó su coche sin a penas saber qué estaba haciendo, conducía sin mirar la calzada.
Lo que pasó después era inevitable.
Él no la vio cruzar. Sólo vio su pelo ondear, pero no sabía bien si era realidad o eran sus ilusiones. Siguió conduciendo sin hacer caso a lo que hacía. Pero un estruendo le sacó de su mundo y le llevó a la realidad. Había atropellado a alguien.
Lo que vio antes… ¿lo vio realmente o eran imaginaciones?
Bajó del coche rezando por no ver la cara de su amada.
Pero los rezos después de los hechos no sirven para nada. Era demasiado tarde. Sus distracciones habían hecho que atropellara a aquélla persona que era responsable de ellas.
Frente a él yacía el cuerpo sin vida de Silvia. Su sonrisa todavía se podía entrever en sus labios muertos.
Simón murió en el mismo instante en que murió ella… jamás podría volver a ser la misma persona…”
Silvia era increíble. Además de poseer una belleza indudable, era inteligente, divertida, comprometida, cariñosa y con mucho carácter. Era la mujer perfecta. Simón se sentía diferente al estar a su lado. Todo lo que estaba alrededor de ella pasaba de ser algo meramente insignificante a ser especial en el momento.
Simón recordaría siempre los colores de aquella tarde, los matices de las hojas a cada minuto, el olor que le acompaño en aquélla tarde, el sabor en su boca a cada segundo.
Cuando se despidieron, Simón flotaba… Caminaba sin ser consciente de dónde le llevaban los pies, arrancó su coche sin a penas saber qué estaba haciendo, conducía sin mirar la calzada.
Lo que pasó después era inevitable.
Él no la vio cruzar. Sólo vio su pelo ondear, pero no sabía bien si era realidad o eran sus ilusiones. Siguió conduciendo sin hacer caso a lo que hacía. Pero un estruendo le sacó de su mundo y le llevó a la realidad. Había atropellado a alguien.
Lo que vio antes… ¿lo vio realmente o eran imaginaciones?
Bajó del coche rezando por no ver la cara de su amada.
Pero los rezos después de los hechos no sirven para nada. Era demasiado tarde. Sus distracciones habían hecho que atropellara a aquélla persona que era responsable de ellas.
Frente a él yacía el cuerpo sin vida de Silvia. Su sonrisa todavía se podía entrever en sus labios muertos.
Simón murió en el mismo instante en que murió ella… jamás podría volver a ser la misma persona…”